Nuestras Firmas: Lucas Haurie

Homo esotericus

El tackle

Lucas Haurie
02/03/2020

Sostiene Pepe Lobo, que es quien mejor ha escrito del Sevilla y del sevillismo en lo que va de siglo –y no sólo me refiero a “Yonkis y gitanos” (Libros del KO), opúsculo magistral e imprescindible, sino a sus monumentales artículos y a sus aforismos tuiteros– que el principal motivo de la catarata de títulos que cayó sobre Nervión entre 2006 y 2007 fue el hallazgo casual, en fecha señalada, de un mechero que su dueño creía extraviado. No seré yo quien lo desmienta, porque me tocó disfrutar hace poco del magnífico ensayo emocional de Paco Cepeda, “Nunca se rinde” (Samarcanda), una pieza periodística de primerísimo nivel, el nunca bien ponderado formato de gran reportaje, que abunda en el peso de lo intangible durante el proceso de construcción del éxito.

El fútbol profesional, que para nada es ajeno a las modas, ha encontrado para su aproximación más superchera un ídolo sustitutivo de los tradicionales padrenuestros del vestuario, suplido por supersticiones menos solemnes a medida que la sociedad se iba secularizando: hoy, esa función esotérica la cumple la tecnología, idolatrada en estos tiempos de penumbra, eficaz engañabobos para quienes necesitan un refuerzo externo a su propia capacidad. No nos extraña la visión, en pleno partido, de una docena de tíos con chándal dentro de un banquillo cada uno con un ordenador portátil delante. Acabará siendo un recuerdo folklórico, como las estampitas de santos en las espinilleras o Rafael Iriondo asado de calor en pleno junio porque la gabardina le traía suerte.

(En el Mundial de Brasil, sólo dos selecciones disputaron más de una tanda de penalti. Costa Rica, con Keylor Navas siempre aferrado a su Biblia y un chamán en la concentración para equilibrar los chacras; y Holanda, que había gastado una fortuna en un potente software que diseccionaba en tiempo real varios millones de lanzamientos a lo largo de la historia… Ticos y neerlandeses pasaron la primera vez gracias a esa ayuda, sí, pero ambos cayeron en la segunda. Ni el hechicero ni el informático, valga la redundancia, obraron milagro alguno y allá que cada cual se aferre a las creencias que guste. “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos. / Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”.)

Hablando de zotes hipnotizados por un iPad, quien más quien menos se ha acordado de la melancolía indeleble en la expresión de Pablo Machín, más triste que bailar con una hermana, en estos días de zozobra que atraviesa Julen Lopetegui, al que tampoco contratarán César y Jorge Cadaval para convertir su dúo en terceto. El manejo de ambos de la crisis resulta idéntico: es casi mejor que los atenace la parálisis ante la deriva espantosa del equipo porque cada intento por mejorar algo, lo empeora todo. Sin embargo, el vasco cuenta con el “factor Monchi”, una ayuda de la que careció el soriano.

Uno no sabría muy bien explicar en qué momento se convierte el agua en vino, pero eso no sólo ocurrió en las bodas de Caná. Debido a una concurrencia de factores para mí inextricables (intercesión divina, suerte, empatía, convencimiento sectario, sendero señalado por el big data, sucesión de casualidades, recurso visionario a las matemáticas aplicadas…), pudiera suceder que la inmerecida clasificación ante el Cluj o que el extraño triunfo contra el Osasuna fuesen el soplo del destino que necesita todo gran triunfo, como aquel cabezazo in extremis de Bakero que salvó a Cruyff o esa tanda de penaltis frente a Italia que cambió el destino mediocre de la selección nacional. Juande Ramos y Unai Emery, en su ascenso a la gloria, rozaron la destitución, sumarísima y con deshonra, que muchos reclaman (reclamamos) ahora a Monchi para Julen Lopetegui. No hemos mencionado en este artículo la cábala ni uno de sus mandamientos más fiables: no hay dos sin tres. El año en que ganaron su primera UEFA, el uno perdió en Copa con el Cádiz y el otro con el Racing de Santander. Yo no creo en esas cosas, ¿usted sí?

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