Nuestras Firmas: Lucas Haurie

Una vitrina para que se luzcan los tontos

El tackle

Lucas Haurie
09/03/2020

El Sevilla-Roma del jueves se disputará a puerta cerrada por orden del Ministerio de Sanidad, cuyo titular, Salvador Illa, es licenciado no ejerciente en Filosofía y lleva viviendo de la política desde antes de terminar la carrera. Le dieron esa cartera como podrían haberle dado la de Marina, ya que su presencia en el Gobierno obedece exclusivamente a su condición de plenipotenciario de Miquel Iceta en Madrid. Es el topo del PSC, partido que preconiza abiertamente la liquidación de la soberanía nacional, en el gabinete Sánchez. La próxima medida de Illa, advierten los avisados, será decretar el cerrojazo en los partidos de Liga, entre ellos el derbi del domingo. Veremos.

La veda del Sánchez-Pizjuán es la primera medida de auténtico calado que se toma en Andalucía para atajar la epidemia de coronavirus que asuela al hemisferio norte desde su estallido en la ciudad china de Wuhan. Volvemos a encontrarnos ante la obligación de denunciar el carácter ejemplarizante que la autoridad confiere al fútbol, que sufre un escrutinio permanente e insoportable. Cuando un gobernante desea marcar paquete, la emprende con el balón: ya sean los malditos confiscadores de Hacienda, los prescriptores de la moral universal o las gritonas “enragées” de la igualdad… en cuanto un tonto con un cargo huele la oportunidad de lucimiento a costa de la enorme popularidad del fútbol, la manifestación cultural más importante del último siglo, ahí que se lanza en plancha para colocarse delante del foco.

El partido del jueves, o sea, se disputará sin público porque los seiscientos aficionados romanos que habían adquirido una entrada eran potenciales focos de contagio para la población autóctona. Bien. ¿Y qué pasa con los dos mil pasajeros diarios que aterrizan en San Pablo procedentes de Italia? 62.280 personas llegaron a Sevilla desde aeropuertos transalpinos en enero, el último mes del que Aena dispone de datos. Y seguirán llegando para atestar bares, parques, edificios emblemáticos, restaurantes, plazas... Pero no estadios, claro, no vaya a ser que al socio sevillista lo deje en la cama unas horas este COVID-19 en lugar del resfriado ordinario, la gripe común, la salchicha radiactiva del descanso o las tres docenas de cervezas que se mete detrás de la corbata en la tertulia pre o post-partido.

En un segundo término, esta crisis nos coloca delante de una evidencia tal vez dolorosa, pero que se ha convertido en una ineluctable evolución del deporte de élite, el fútbol en vanguardia. El futuro ya está aquí, como auguraba Radio Futura, y estos espectáculos llamados de masas, hasta ahora con cierta impropiedad, se celebran ahora sí para audiencias masivas… en televisión. Hace varios años que las jornadas se desperdigan durante cuatro días para favorecer al gran financiador de los clubes, los operadores televisivos, e incluso se ensayan horarios inéditos para atacar cuotas de mercado en continentes remotos. Los aficionados locales, queridos amigos, no cuentan un carajo. ¿Algún club afectado –Valencia, Getafe, Barcelona y Sevilla de momento, ya vendrán más– se planta ante el perjuicio causado a su clientela por estas medidas draconianas? No, ni lo harán. Porque el cliente ya no es el socio, sino la tele.

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