Nuestras Firmas: Lucas Haurie

Bill Shankly, que estás en los cielos

El tackle

Lucas Haurie
17/03/2020

Reproducimos, con alguna leve modificación, el artículo publicado por el autor de este blog en la edición del pasado lunes, día 16 de marzo, del diario La Razón.

Bill Shankly, legendario entrenador del Liverpool, pasa por ser el Winston Churchill del fútbol, en el sentido de que a él se le atribuyen todo tipo de citas, la mayoría de ellas apócrifas. La cadena de suspensiones de las distintas competiciones deportivas comenzó con la apelación a la salvaguarda de la salud de los jugadores y ahí entra el Shankly que en cierta ocasión, muerto de impaciencia, aguardaba en la banda que su delantero volviese al campo tras ser atendido de un fuerte golpe en la cabeza. “No sabe ni cómo se llama”, argumentó el médico para urgir a la sustitución. “Perfecto –replicó el técnico–. Dile que se llama Pelé, que vuelva al campo y que marque dos goles”.

En un trance parecido al que vivimos actualmente, un periodista quiso que Shankly relativizase la trascendencia del rey de los deportes con una de esas proclamas coubertinianas sobre lo importante que es participar o la preeminencia de la comunión de los atletas entre sí y de todos con los espectadores sobre los resultados. “Está claro que se equivoca quien piense que el fútbol es una cuestión de vida o muerte –empezó a perorar–… porque, en realidad, es mucho más importante que eso”. Expresado con mayor o menor descaro, porque avergüenza situarse enfrente del sentir generalizado, todos los aficionados españoles al fútbol se identifican en mucha medida, tras una semana de abstinencia, con el pensamiento del viejo león escocés.

El escritor ursaonense Javier González-Cotta, que podría sentir legítimo orgullo por su prosa delicadísima o por el conocimiento enciclopédico que posee sobre Turquía y su vastísima cultura, sólo presume de su paisanaje con Francisco López Alfaro, “el mejor centrocampista que ha vestido la camiseta del Sevilla”. Aquí mísmo, “aplastado por la cuarentena del tedio”, desempolvó una cita de Mario Benedetti, “un gran futbolero que definió los estadios vacíos como esqueletos de multitudes”. Y añade que “el plasma apagado de mi salón es la calavera que me recuerda mi propia, e inminente, muerte”.

“Nos podrán soltar ahora las habituales sandeces del buenismo más insoportable. Que si la vida es más importante que el fútbol. Que si vamos a disputar el partido más importante de nuestras vidas contra el coronavirus... Por supuesto que sabemos que la salud es vital, valga la redundancia. Pero el fútbol también es vida, alimento nutricio para el forofo. Sin fútbol, el fin de semana discurre como el balón que entra casi llorando en la portería de tu equipo, lento y tristísimo”. González-Cotta lamenta, así, el “aburrimiento gangrenoso de esta cuarentena doblemente castigadora”.

Más allá de la absoluta desesperación por el apagón balompédico, la tenue esperanza del aficionado sólo gira alrededor de una pregunta. ¿Cuándo se reanudarán las competiciones? Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, se mostraba ayer moderadamente optimista y piensa que la temporada nacional se terminaría con cierta normalidad. No existen precedentes sobre la suspensión de la Liga, inaugurada en 1929 y que sólo dejó de disputarse durante la Guerra Civil, pero el putsch que la inició fue entre el 17 y el 18 de julio de 1936, casi tres meses después de que el Athletic se proclamara campeón y de que el guipuzcoano del Oviedo Isidro Lángara se proclamase máximo goleador, fue en plenas vacaciones.

La primera madrugada de septiembre de 1939, a las 4:26 horas, la Luftwaffe bombardeaba la ciudad polaca de Gdansk, donde el Sevilla aspira a jugar la final de la Liga Europa, reprogramada para el 24 de junio, y comenzaba la Segunda Guerra Mundial… con todos los campeonatos pendientes de reanudarse tras el verano. Sólo una de las grandes ligas del Viejo Continente, en una ocasión, se interrumpió antes de su conclusión. Cuando estalló la Gran Guerra del 14 al 18, Inglaterra, Alemania e Italia ya disponían de un campeonato liguero propiamente dicho. El Everton fue el campeón de la última Premiership antes de la conflagración y los bávaros del Greuther Fürth se alzaron con el título germano. En Italia, ocurrió un caso que todavía hoy colea en los tribunales.

Los italianos no declararon la guerra al Imperio Austrohúngaro (un saludo a todos los admiradores de Berlanga) hasta mayo de 1915, casi un año después del comienzo de las hostilidades. El día 22, se decretó la movilización general y se suspendió la liga de fútbol una jornada antes de que acabara el campeonato del Norte, con el Genoa en cabeza, aunque su posición pendía de un enfrentamiento directo contra el Torino, y el del Sur, con la Lazio al frente. Jamás se disputó el duelo decisivo entre genoveses y turineses, y mucho menos la final entre los dos campeones que otorgaba el título nacional… lo que no impidió que la federación italiana (FIGC) declarase al Genoa campeón bien entrado el siglo XXI. En 2016, un abogado “laziale” reclamó a la justicia ordinaria que su equipo fuese declarado co-campeón de Italia en la temporada 1914-15, pero los magistrados transalpinos aún no se han pronunciado.

La interrupción de una liga, por consiguiente, es un cataclismo casi inédito, una catástrofe cuyo único precedente ha arrastrado secuelas más que centenarias. Nos dicen para intentar consolarnos, en vano, que esta salvaje desprogramación del fútbol ha librado a unos cuantos españoles del coronavirus. Tal vez sí o tal vez no. Lo que es seguro es que los ha sumido en un cuadro de melancolía e irascibilidad que sólo puede combatirse mediante la ingesta de antidepresivos, cócteles de ansiolíticos o la entrega desmayada a las más variopintas adicciones. Nadie toma verdadera conciencia de la importancia de algo hasta que lo pierde. Años después de leído Jean-Paul Sartre, y es justo confesar que sin haberlo comprendido demasiado, venimos a darnos cuenta de que el vacío existencial era esto. Antoine Roquentin, el protagonista de “La náusea”, alivia su angustia vital gracias al jazz. Los que somos un poco zoquetes hallamos la felicidad cuando un violento plantillazo de un central con la picada de viruela impacta en el quebradizo tendón de Aquiles de un menudo regateador.  

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