Nuestras Firmas: Lucas Haurie

M. L.

El tackle

Lucas Haurie
28/03/2020

Estimados lectores. Me encantaría compartir con ustedes el homenaje que mi queridísimo Juan de la Huerga le ha tributado a un compañero (y amigo de los dos) suyo en Diario de Sevilla. Ni que decir tiene que el autor de este blog suscribe cada una de las palabras que van a leer, aunque jamás habría tenido el talento ni la sensibilidad de escribirlas.

Está muriendo en vida, acaso una muerte peor aún que la propia muerte. Pero su entereza, sobrehumana, muda, agónica, dolorosa, jamás compartida, en este último año y medio es inexplicable para cualquier mortal, para usted, para mí. Ningún quejido ha salido de su boca, ninguna excusa para dejar de trabajar, ningún llanto para dar pena, ninguna lección moral… Dios se ha cebado con él y no ha mudado el gesto, como si la agonía que ha padecido, padece y padecerá fuera un pulso con el Altísimo: “No me derrumbarás”.

Estuvo semanas, meses, al lado de su padre cuando un cáncer de pulmón se lo llevó por delante hace algo más de un año. La vida lo volvió a zamarrear en verano con la intervención quirúrgica a su novia por unos problemas intestinales severos agravados después por unas células tumorales que se expandieron terriblemente hasta que la pobre mujer no pudo más y su cuerpo dijo basta tras pelear como una jabata contra una enfermedad, el cáncer, que desde hace décadas martiriza a toda la humanidad. La noche del 22 de marzo, madrugada negra, ha muerto L., sólo unas semanas después de que su madre falleciera por la misma causa.

M. L. es lo más cercano a la santidad que han visto mis ojos. Nadie encuentra un argumento lógico a su temple, aplomo, firmeza cuando la vida lo maltrata. Atiende, escucha, no se enfada, curra como un titán, granítico, sin perder las formas, comprensivo con los problemas de mierda de los demás, ejemplo de civismo, fabuloso ‘coéquipier’ (tan aficionado como es al ciclismo), un compañero para compartir trinchera y una manzanilla, un amigo sin dobleces.

Es único, especial, tan duro como el diamante, tan impetuoso y caluroso como un volcán. Serán los genes castellanos, recios, los responsables de que esta persona gigantesca, mayúscula, prefiera llevar la procesión por dentro y no amargar a nadie, que la angustia ya se la come él solito. Será su formación académica de científico la causante de que tenga claro que las células se marchitan y contra eso no queda otra que la resignación, cristiana o atea. Será su profesión de periodista la que hace que pase página (más bien que lo parezca) y que se diga que mañana será otro día, aunque sea falso y el sufrimiento recorra sus entrañas.

Tu manera para afrontar las sacudidas, las pérdidas, es hercúlea. Este homenaje, aunque ni lo pidas aun mereciéndolo más que nadie, va por ti, M. L. Es un agradecimiento, nos quitamos el sombrero entre sollozos, por aguantar esta tortura, este tormento, que te ha desgarrado el corazón y el alma en estos tiempos de dolor extremo sin dar ningún ruido jamás ni alzar la voz ni dejar de acudir diariamente a la redacción. Te quiero, te queremos.

Juan de la Huerga (y unos cuantos más)

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