El harakiri de Haro y Catalán

Zona mixta

Rafael Pineda 01/03/2020

Si el Betis fuera un club normal de fútbol, capitaneado por dirigentes con las ideas claras y dotes de mando, hace ya algunas semanas que Rubi tendría que haber sido destituido como entrenador de la primera plantilla verdiblanca. El tufo a mediocridad que desprendía el equipo desde su mal partido en Vitoria el cinco de enero se tapó con una estupenda victoria frente a la Real, el canto del cisne del Betis de Rubi. La máquina de la propaganda bética fue destilando al mismo tiempo una serie de excusas como los arbitrajes, la mala suerte o la falta de eficacia que desviaron de manera conveniente la atención. Al mismo tiempo, el Betis acumulaba partido tras partido sin ganar (ya van siete). De la mediocridad se ha pasado, por más que el ventilador de noticias verdiblanco lo siga negando, a la posibilidad cercana de que el equipo pelee por evitar el descenso en el tramo final del Campeonato. Esa misma propaganda que sostiene el agotado proyecto de Haro y Catalán en aras de ensalzar el presunto crecimiento en otras áreas de la entidad ha provocado, además, que cuando una parte de la afición entone el nombre de Lorenzo Serra Ferrer otra se lo afee. Insólito. Como si corearan el nombre de Ramón Sánchez Pizjuán o Monchi.

El cuarto proyecto deportivo de Haro y Catalán, por lo tanto, no se sostiene. Como son los accionistas principales, solo pueden ser derrotados en una junta, algo que se antoja improbable aunque una candidatura opositora tenga fichado a Messi. Por eso nada más queda implorar a su condición de béticos cabales para que sean capaces, ellos mismos, de abrir el camino a una transición que cambie el modelo de poder en el club verdiblanco. Entender que el Betis no puede vivir sin ellos sería de un ego tan infinito como nocivo para los intereses de la propia entidad.

En cuanto a la situación deportiva, perdida la temporada en el objetivo marcado por el dúo dirigente, que no era otro que la pelea por un puesto en Europa, sería necesario y urgente que Haro y Catalán, aunque no sepan ni quieran, se atrevan a tomar la decisión de destituir a un entrenador totalmente amortizado, que se ha mostrado incapaz de lograr que el Betis, al menos, gane un partido de vez en cuando. Con el club hipotecado por las altas inversiones realizadas, habría que realizar un esfuerzo para poner a un nuevo técnico en el banquillo, apelando, quizás, a alguien de la casa como solución de urgencia en búsqueda de un final más o menos tranquilo de la temporada.

Llegados a este punto, Haro y Catalán deberían dar un paso al lado cuando finalice la temporada y abrir un nuevo periodo de gobierno en la gestión del club. Esa generosidad podría ser su mayor aportación al Betis. Sería  bueno, por lo tanto, que Haro y Catalán procedieran a realizar su particular harakiri deportivo antes de que la sangre llegue al río. En caso contrario, y aunque su fantástico sistema de propaganda los siga amparando, es posible que el fútbol los acabe devorando y sean objeto de la ira de una afición adormecida y sin pulso. Una afición, como diría Alejandro Delmás, contenta con el bocadillo de mortadela que se come el niño en el fútbol.